El Señor anhela más que le amemos antes que le sirvamos

David en el Salmo 62:1, anota:” En Dios solamente está acallada mi alma; De él viene mi salvación”. Muy seguro y confiado se sentía el salmista al depositar su confianza en Él, sabedor que tiene el control total sin que nada escape a su mirada o a su voluntad y, conocedor que el verdadero reposo emerge de una esperanza permanente en su gran salvación, que no resuelve problemas porque en camino vienen más problemas, pues únicamente en el Señor está acallada, calmada, aquietada el alma.

Es en ese silencio que escuchamos a Dios, al permanecer quietos, nuestro ser calmo se siente envuelto, nos toca, nos llena, trae paz. Su anhelo no solamente estriba en que le hablemos y Él escucharnos porque le somos -no todos- muy cercanos a su amoroso Ser. Quedarnos por momentos aquietados, en virtud de que en ella, en esa suave brisa, en la quietud del alma nos habla, obra, actúa. (1 Reyes 19:12). Elías le encontró en ese “silbo apacible y delicado”, en ese murmullo amoroso. 

El servicio a Dios es demandante, exigente, en muchas ocasiones nos lleva, nos jalonea, y queremos ir de aquí para allá, correr, agitarnos, estar afanosos; empero, lo que este precioso Señor anhela verdaderamente es nuestro amor antes que el servicio. Este, agota, nos frustra porque queremos hacer y hacer, y conseguir y lograr y alcanzar. Alcanzar las metas, alcanzar las promesas, pelear por ellas, esforzarnos por ellas para que se cumplan, y servir y servir. La frustración dentro del corazón adviene al no encontrar de parte nuestra esa o esas oportunidades que buscamos, y no llegan, pues, desconocemos que estas se presentan porque así lo quiere Dios. 

Si su anhelo es que le sirvamos, Él mismo nos guiará. Dirá: vamos por aquí o vamos por allá, o visitemos a tal persona. Olvidamos que el Señor, diseña, prepara los escenarios en su tiempo, para sus propósitos, en sus planes, no a los nuestros.

No hemos entendido que lo que Dios anhela es nuestro amor más que el servicio, nos desea más que lo que “podamos hacer por Él o para Él”, y aquello es bueno para nosotros. Anhela la alabanza, ser sacrificio de alabanza (Salmo 107:22). 

El servicio desmedido tratando de agradarle, cansa, agota, enferma hasta llevar a la muerte. Vidas de servidores de Cristo han partido muy jóvenes. Si usted, amado (a), lee el libro “Los Generales de Dios”, Tomo 1, de Roberts Liardon, recoge varias biografías espirituales de siervos del Señor, contemplará cuadros muy vívidos de quienes desearon servir y servir, y partieron jóvenes. El excesivo servicio, o servir por servir los catapultó a la tumba, o ¿acaso se equivocaron? o ¿no midieron el tiempo de entrega a ese “servicio”? La lectura atenta y detenida de esas biografías le permitirá extraer enseñanzas para su vida. Yo lo hice.

No que el servicio al Señor sea malo o esté mal, el punto radica en cualquier “exceso”, que no haya balance, equilibrio en esa actividad. Podríamos caer en el afán. Por ello considero que mas importante de nuestra parte es el amor al Señor antes que el servicio.

Enseñanzas:

  • En el primer Libro de Crónicas, Capítulo 9:33, ubicamos este texto: “También había cantores, jefes de familia de los levitas, los cuales moraban en las cámaras del templo, exentos de otros servicios, porque de día y de noche estaban en aquella obra”. Observe usted que los siervos dedicados a los cánticos al Señor cumplían solo esa función, no otra. De allí la expresión “exentos de otros servicios”. La razón: de día y de noche cumplían esa obra.
  • En la ministración de los tiempos últimos, el siervo o sierva absorben muchas actividades, viajes, atención a los necesitados, predicación, consejería, y otras más, que demanda mayor tiempo y trabajo, a veces, sin adecuado descanso. Así combinadas esas tareas, agota, cansa, desgasta, agita, enferma a la persona encargada del servicio que desmedidamente puede llevarle a la tumba.
  • Otro ejemplo bíblico tomado de Esdras 6:18: “Y pusieron a los sacerdotes en sus turnos, y a los levitas en sus clases, para el servicio de Dios en Jerusalén, conforme a lo escrito en el libro de Moisés”. Todo en su tiempo, en su lugar y, a cada quién, según el servicio. A los sacerdotes se les estableció turnos, a los levitas en sus clases. 
  • En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo (Romanos 12:7), en torno al servicio a Dios con los dones espirituales, dice: “o si de servicio, en servir, o el que enseña, en la enseñanza”, con el precedente que, “teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme as la medida de la fe”. Se diferenció y ubicó el servicio a servir, la enseñanza a enseñar.
  • El servicio en el caso de los dones comprende a quienes cuyas manifestaciones espirituales los capacita mejor para atender al cuerpo de Cristo en sus necesidades materiales, como a aquellos que prestan cualquier tipo de servicio a los demás en la iglesia; sin embargo, nuestros dones no pueden llevar a cabo todo el trabajo de la Iglesia; por ello la gratitud a Dios por distribuir dones diferentes en otros siervos a fin de complementarse entre sí.
  • Juan el apóstol amado, en la isla de Patmos, Apocalipsis 2:19-20, recibe una disposición divina respecto a la iglesia de Tiatira (significa “actividad sacrificial”), iglesia corrupta, inclinada a la permisión moral, ciudad comercial con múltiples deidades, auspiciante de frecuentes festividades y orgías paganas, registra: “Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras. Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos”. 
  • Los creyentes de esta iglesia recibieron felicitaciones por sus buenas obras, por su amor, por su fe, por su paciencia, por su servicio, sin entender que el servicio es más que trabajo, representa más que el simple hacer, demanda comprensión, ternura, disponibilidad, atención, no simple activismo. En palabras de Campbell Morgan: “hacer mucho servicio sin amor no es servicio, sino vanagloria; hacer lo que nos gusta, no lo que necesita el prójimo, no es servicio, sino vanidad.