El Señor Jesús vino también a perdonar pecados, a enseñar sobre el perdón, lo enseñó aun antes de ir a la cruz.
En la Biblia, el perdón asoma asociado con la doctrina de la expiación (pena, purgación, purificación), es decir, la necesidad del sacrificio para vindicar (resarcir, rehabilitar) la justicia ofendida de Dios (Levítico 17:11). En el nuevo Testamento la muerte de Cristo en la cruz es la garantía divina del perdón “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón del pecado, según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). También declara la autoridad de Cristo para perdonar: “Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…” (Marcos 2:10; ver Hechos 13:38).
Las Sagradas Escrituras afirman ampliamente que es Dios quien perdona (Nehemías 9.17; Daniel 9:9). Este perdón incluye el no acordarse más del pecado (Jeremías 31:34), y “sepultarlo en lo profundo del mar” (Miqueas 7:19). El rey David se arrepintió de su pecado, confesó a Dios y fue perdonado (Salmos 32 y 51)
La idea esencial del perdón relacionado con el pecado es la de cancelar una deuda, eliminar la barrera y efectuar la reconciliación; erradicar el pecado. Sin el perdón que únicamente Dios concede, el hombre está irremisiblemente condenado a la perdición eterna. De allí que, el mensaje del perdón es una maravillosa esperanza de vida.
Como doctrina distintiva del cristianismo y expresión de una experiencia espiritual, el perdón presupone tres aspectos: 1) reconocer que el hombre ha pecado, ha infringido la ley divina; 2) ha reconocido su falta y está arrepentido; y 3) que Dios, en su amor y en su gracia, ha remitido la culpa y ha puesto la vía para que el hombre reciba el perdón. Por tanto, el perdón constituye esa fuerza poderosa que remueve el obstáculo espiritual y permite que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con el Señor. Los cristianos, deben imitarlo, perdonándose unos a otros (Efesios 4:32); deben confesar las faltas entre sí (Santiago 5:16). Todos los pecados pueden ser perdonados menos uno: la blasfemia contra el Espíritu santo (Mateo 12:31-32). La incredulidad cierra la puerta del perdón.
Enseñanzas:
- El perdón no puede considerarse como algo “obvio” que se halla en la naturaleza de las cosas. Este proviene únicamente de Dios ante el reconocimiento del pecador por haber infringido leyes divinas, se arrepiente y acude al Perdonador en busca de perdón. Al obtenerlo, debemos recibirlo con gratitud, y considerar con temor y admiración. El pecado merece el castigo, en tanto, el perdón es gracia asombrosa. El salmista así lo reconoce: “Pero en ti hay perdón”, y añade algo que nos puede sorprender, “para que seas reverenciado” (130:4). El perdón se relaciona con la expiación.
- Entendemos en mejor manera el perdón en el Antiguo Testamento (Éxodo 34: 6 y siguientes): “¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. Entendemos que el perdón se origina en la naturaleza benevolente de Dios, pero no es indiscriminado, porque “de ninguna manera tendrá por inocente al malvado”. El hombre tiene que hacer penitencia para alcanzar perdón.
- En el Nuevo Testamento se aclaran varios puntos; así: A) el pecador perdonado debe perdonar a otros (Lucas 6:37), citado ya en el Padrenuestro y en otros pasajes. B) la disposición a perdonar a otros es parte de la indicación de que verdaderamente nos hemos arrepentido; C) el arrepentimiento debe ser enteramente sincero. Emana del perdón de Cristo hacia nosotros, y debe ser como Su perdón: “de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). El Señor insiste en lo mismo como lo refiere la parábola de los dos deudores (Mateo 18:23-35).
- El perdón descansa básicamente en la obra expiatoria de Cristo, es, por tanto, acto de pura gracia. “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Juan 1:9). Se insiste vez tras vez que el hombre debe arrepentirse. “El bautista” predicó el “bautismo por arrepentimiento para perdón de pecados” (Marcos 1:4), adoptado por Pedro respecto al bautismo cristiano (Hechos 2:38).
- Cristo mismo ordenó que se predicase en su nombre “el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47), al igual que el perdón con la fe (Hechos 10:43; Santiago 5:15), sin caer en la fácil consideración en que la fe y el arrepentimiento constituyen méritos para merecer el perdón; al contrario, son medios para hacer nuestra la gracia de Dios.
- No siempre el perdón se vincula directamente con la cruz, aunque a veces ocurre así, como en Efesios 1:7, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. En Mateo 26:28 ubicamos que “la sangre de Cristo fue vertida por muchos … derramada para remisión de los pecados”, o lo encontramos en relación con Cristo mismo, “Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32. “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador… para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hechos 5:31). “… por medio de él se anuncia perdón de pecados” (13:38). El perdón, particularmente, no debe entenderse como algo separado de la cruz, especialmente desde el momento en que a menudo se dice que su muerte fue una muerte “por el pecado”
- El Señor Jesús enseñó el perdón en su caminar, en cada golpe que recibía, en cada agravio a Él dirigido, en cada rechazo. Cuán imprescindible es el perdón. Es un veneno destructor vivo y activo como una víbora muy arraigada ante la falta de perdón, si no, es un obrar de Satanás en el corazón del hombre que destruye, liquida, devora, lastima, mata todo lo que está a su alrededor, y carcome el alma, carcome los huesos, carcome el ser que le ha permitido habitar en él. Tantas y tantas enfermedades en el ser humano provienen de la falta de perdón. Ellas devoran y terminan matándolos.
