La ley mosaica (entregada por Dios a Moisés) establecía que los árboles frutales se consideraban inmundos durante los tres primeros años después de plantados, como pertenecientes al Señor durante el cuarto año, y sólo en el quinto se podía comer su fruto. Así se preservaba la salud de los árboles contra su aprovechamiento prematuro, y concedía el lugar que le correspondía, acaso conmemoraba la entrada del pecado por el fruto prohibido. (confróntese Deuteronomio 20:19-20)
El término fruto ha dado curso a múltiples usos metafóricos: “fruto del Espíritu Santo” (Gálatas 5:22), “fruto para Dios” (Romanos 7:4), “fruto para muerte” (Romanos 7:5), “fruto de labios” (Hebreos 13:15), “fruto de santificación y vida eterna” (Romanos 6:22) y otras expresiones. Se considera al “árbol de vida que produce doce frutos (Apocalipsis 22:2) como “un sacramento del pacto de las obras, análogo al pan y al vino utilizados por Melquisedec (Génesis 14:18) y a la eucaristía cristiana (eucaristía, sacramento de las iglesias cristianas consagratorio del pan y el vino como memorial de la muerte y resurrección de Jesús, y en su distribución entre los fieles. Instituida por el Señor en la última cena con los apóstoles) (Mateo 26:29) en el pacto de gracia”.
La Epístola a los Gálatas (5:22-23) ubica al AMOR como el primero proveniente del fruto del Espíritu Santo. Es el nexo más fuerte que puede existir, aun como un cerco, como una protección, como un bálsamo.
El fruto debe ser permanente, verdadero, puro como el amor del Señor a sus hijos, a su novia la iglesia. Al contrario, el fruto falso, aquel que por poco tiempo aparece, luego, se esfuma. “… porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Y éste permanece en nosotros, también a ser entregado.
El amor en el Antiguo Testamento, humano o divino es la expresión más profunda que puede darse de la personalidad y de la intimidad de las relaciones personales. El amor de Dios está arraigado en su carácter personal, mas profundo que el de una madre por sus hijos (Isaías 49:15; 66:13). Con mayor claridad se observa en Oseas 1-3, en torno a la relación entre el profeta y su infiel esposa Gomer. Amor dispuesto a sufrir. Este amor es parte de Su personalidad, sin que le afecte la pasión, o sea desviado por la desobediencia. Dios es amor.
El amor es el vínculo perfecto. Colosenses 3:14, proclama: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor que es el vínculo perfecto”. En el caso de un matrimonio, si no hay amor, no hay vínculo que los ligue como marido y mujer. Terminará en la separación de la pareja o en divorcio.
Enseñanzas:
El amor es acción, es decisión. No es sentimiento, efluvio, pasión, erotismo.
El amor entre marido y mujer unidos en matrimonio es vínculo que los liga, que los impulsa a permanecer unidos. Provienen de una sola fuente que fluye. Al separarse pierden fuerza, a la manera de dos riachuelos que cada uno corre por su lado, luego de juntan, nuevamente se separan.
Dios ve el amor, ve amor en el corazón, en las manos, en las palabras, en los ojos de su pareja; es decir, no escucha, no oye. Solo él mira si hay o no amor entre ellos; de los padres a los hijos, a los hermanos, al prójimo.
Si un esposo no ama a su compañera no puede amar a la Iglesia, a la novia del Señor Jesús.
Es indispensable sembrar amor en el corazón de la esposa. Es el varón el que con sus manos la moldea, porque el hombre fue creado a imagen y semejanza del Dios celestial. El varón es cabeza.
Las esposas son el resultado en mucho del trato que brinda el varón, de lo que hace con sus palabras, sus actitudes, sus manos.
