La grosura en el Pueblo de Dios

El pueblo del Señor no necesita más de ese tipo de grosura dañina, perniciosa.

Es la grasa o el sebo de los animales, cuya ingesta en el antiguo testamento era prohibido, ya que debían ser quemados como sacrificios a Dios, pues “para Jehová resultaba olor grato”, encaminado a alcanzar bendiciones y prosperidad.

Abel ofreció la grosura de sus ovejas, que al ser quemada fue ese olor grato a Dios, entendido como lo mejor del sacrificio. (Génesis. 4: 4; Hebreos 11:4)

“Entonces Isaac su padre habló y le dijo: He aquí, será tu habitación en grosura de la tierra. Y del rocío de los cielos de arriba” (Gn.27:39)

“No ofrecerás con pan leudo la sangre de mi sacrificio, ni la grosura de mi víctima quedará de la noche hasta la mañana” (Éxodo 23:18)

Elí, el sacerdote, por el exceso de grosura, aunque estaba en el lugar correcto, tenía el llamamiento de parte del Señor; empero, había tanta grosura en su corazón, en su ser que no le permitía ver ni escuchar. Esa grosura impedía que sus sentidos espirituales estuvieran atentos a lo que el buen Dios le decía, lo que ocurría a su alrededor. Su final, fue su muerte y el de sus dos hijos. Su generación fue extinguida por esa grosura que, aunque estando en la casa del Señor, aun bajo su servicio, pereció inexorablemente.  (1 Samuel 4:18)

Enseñanzas:

La grosura, esa sustancia grasa o mantecosa afecta a la salud espiritual y física de los seguidores del Señor y Dios. Hay que evitarla. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, 28:26-27, Pablo cita a Isaías: “Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis; Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyeron pesadamente, Y sus ojos se han cerrado, Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y entiendan de corazón, Y se conviertan, y Yo los sane”

Nuestro corazón lleno de grosura, engrosado, nos impide entender, al igual que el sacerdote Elí.

Siempre nuestro corazón debe mantenerse limpio, a la manera que lo expresó el rey David en el Salmo 51: 10. “Crea en mí, Oh Dios, un corazón limpio…” y enfilarlo íntegramente al Creador.  (Ref. 1 Crónicas 28:9; Mateo 5:8; Santiago 4:8)