Partamos de las enseñanzas del Señor Jesucristo. Mateo 7:1-2: “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”. Juan 5:22: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo”. Romanos 2:1: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo “.1 Corintios 4:3:” Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo”.
Distingamos el juzgamiento de la crítica. A ésta, el Señor no prohíbe, tampoco el emitir opiniones ni que condenemos lo mal hecho, lo que si lo hace es la censura implacable que pasa por alto nuestras propias faltas en tanto adoptamos el papel de jueces supremos de los pecados de los otros. Por ello, es necesario examinar las motivaciones y conductas mas no criticar acerbamente a los demás. Nos molesta si, los modales, los hábitos en otros que tampoco nos gusta en nosotros mismos, y queremos cambiar esos moldes de conducta al extremo de magnificar las faltas en otros y no fijarnos en los nuestros. Nace, entonces, el juzgar a “esos otros” por cuanto no justipreciamos la misma critica en nosotros. Juzgarnos primero, luego perdonarlos con amor, paciencia y tolerancia. Ayudarlos como lo haría el propio Señor Jesús.
Esta declaración expuesta por el Señor Jesús “No juzguéis” se vincula con la crítica y con la actitud de juicio con que se derriba a otros a fin de lograr pasarlos por encima nuestro. No se trata de una condenación de cualquier crítica sino un llamamiento a distinguir antes de ser negativos. De allí el complemento para entender mejor los versículos 3-5. “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: ¿Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. ¡Oh, glorioso Señor y Dios! ¡Grande eres Tú!
Al decir, “no juzguéis” se refiere a una decisión en favor o en contra de alguien, especialmente a un pronunciamiento desfavorable a modo de fallo o sentencia inexorables. Entendamos bien: el único que juzga es Dios, y quien es juzgado podrá siempre contar con la defensa de su Hijo, el primer Defensor, y del Espíritu Santo.
Este juzgar equivale a valorar o formar juicio u opinión desmesurados acerca de un hecho o de una persona no aplicables a la esfera judicial que puede decidir en cierto sentido negativa y destructivamente en quien los recibe o el juzgado. Ese hecho de juzgar a los demás permanentemente nos puede convertir en personas negativas. Damos lugar a emociones muy desagradables, venenosas y contagiosas, pues podemos juzgar por apariencias, por los modales, porque nos son antipáticos, ajenos a la realidad, a la objetividad.
También podemos caer en prejuzgar, es decir, emitir juicios apresurados, livianos al elaborar una opinión de algo o alguien sin mayores fundamentos previos que sirvan de soporte a ese concepto formado.
Enseñanzas:
- Juzgar se ubicaría en vicio, en una adicción más. Es mandato de Dios: “No juzguéis”. Es el papel de lo que el Señor llamó “hipócritas”, propensos a formar juicios temerarios en relación con los demás a la manera de lo que Isaías expuso en 65:5: “Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú”.
- Juzgar a los demás nos autoexalta, irrumpe el orgullo en nuestras vidas y cubre nuestros propios defectos y vacíos en relación con los demás. Un dicho antiguo decía: “Cada ladrón juzga según su condición”.
- 1 Corintios 11:28,31: “Por tanto, pruébese cada uno a si mismo”; “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”. Cada uno debe juzgarse a si mismo, examinarse a sí mismo, ha de responder de sí mismo, no de otros ante el Tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10; Romanos 14:10).
- No podemos juzgar las intenciones del corazón en virtud de que únicamente el Dios sempiterno penetra en él, tampoco “juzgar” sin amor, sin misericordia, sin justicia, sin reflexión, sin objetividad de cada realidad; menos aun juzgar el estado de las almas de los juzgados, calificándoles de “alma mala”, “alma sucia”, “alma negra”, “alma perdida” o similares expresiones. Ayúdeles, si, aconséjeles, sí pero no los juzguéis, “para que no seáis juzgados”.
- En lugar de juzgarlos es imprescindible entenderlos, tener claridad y objetividad en los comportamientos, conductas, valores y otros rasgos propios de cada uno de quienes nos rodean; comunicarse acertadamente o llevarse bien con determinada persona, v.gr.: debo entenderme bien con mi esposa, entenderme bien con mis hijos, con otras u otros.
- Es imperativo escuchar a fin de responder adecuada y sabiamente. Aportar a lo escuchado atentamente. No se entenderán si una de ellas se acoge a su individualismo sin atender a la otra persona. Por tanto, desembocará en una “conversación de sordos”. Santiago 1:19, apunta: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”.
- La comunicación oportuna y acertada entre los seres humanos es clave en un entendimiento sobrio, limpio, ponderado. El Señor comunicó a Moisés: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Levántate de mañana, y ponte delante de Faraón, y dile: Jehová el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. Porque yo enviaré esta vez todas mis plagas a tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra” (Éxodo 9:13-14). “Contundente y certero el Dios todopoderoso! ¿Entendió faraón el mensaje? No, ni siquiera con el advenimiento de las otras plagas a su pueblo.
