Y Jesús aprendió obediencia

La obediencia es acción de acatar o someterse a la voluntad de la persona que manda u ordena, a lo prescrito en la Constitución del país, a la norma establecida o a lo preceptuado en la ley. La persona que se somete a la obediencia ostenta una cualidad preponderante, la docilidad, sumisión, acatamiento o sujeción a la autoridad jerárquica, abarcativa en varios ámbitos, en la familia, la religión, el ejército o la educación. La obediencia también nos sirve para progresar y asimilarnos a nuestro Padre de los cielos.

Los términos traducidos por obediencia tanto en el Antiguo Testamento “shama” como en el Nuevo Testamento “hypakoúo” y “eisakoúo”, traducen la acción de escuchar o prestar atención; “peítho”, ser persuadido como en Hechos 5:36-37. “Se levantó Teudas, pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después se levantó Judas el galileo, y llevó en pos de sí mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados”. (Leer Romanos 2:8; Gálatas 5:7), y “peitharjéo”, someterse a la autoridad (Hechos 5: 29, 32). 

Secularmente (no religiosamente, no seglarmente) el significado central de obediencia deriva de la relación con Dios quien da a conocer su voluntad mediante su voz o su palabra escrita, y frente a ella no hay neutralidad posible. Atender humildemente es obediencia, mas desestimar la palabra del Señor es rebelarse o desobedecer (Salmo 81:11; Jeremías 7:24-28). Por tanto, la obediencia a Dios es entregarse totalmente a su voluntad y, consecuentemente, obediencia y fe están estrechamente vinculadas (Génesis 15:6; 22:18; 26:5; Romanos 10:17-21).

A través de los siglos -y continúa en nuestros días- la desobediencia a Dios (Zacarías 7:11 ss.; Romanos 5:19; 11:32) convierte al hombre en incapaz aun para oírle (Jeremías 6:10). El Padre celestial envía a Jesucristo a cumplir plena, satisfactoria y finalmente la obediencia debida (Juan 6:38; Filipenses 2:8; Hebreos 5:8), misma que es imputada a los hombres (Romanos 5:18 s.; 1 Corintios 1:30). Y es por fe que participamos de esa obediencia (Hechos 6:7; Romanos 1:5; Hebreos 5:9), en tanto, la incredulidad también es desobediencia (Romanos 10:16; 2 Tesalonicenses 1:8; 1 Pedro 2:8).

En esta relación de agradecida obediencia (Romanos 12; 1 ss.), se excluye toda idea de mérito propio (Romanos 9:31-10:3), el cristiano imita a Cristo en humildad y amor (Juan 13:14 ss.; Efesios 4:32-5:2) y se somete “en el Señor” a quien corresponda (Romanos 13: ss.; Efesios 5:22; 6:1 ss.; Filipenses 2:12; Hebreos 13:17). Sin embargo, la obediencia a Dios tiene prioridad total y absoluta (Hechos 5:29).

“Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió obediencia (Hebreos 5:7-8).  Obediencia del griego “jupakoé”, escuchar con atención, acatamiento o sumisión, obedecer, obediente.

El Señor Jesús se hallaba en gran agonía al enfrentarse a la muerte (Lucas 22:41-44), clamó a Dios rogándole ser librado, aunque dispuesto y preparado a sufrir toda la humillación, la separación de su Padre, la muerte por delante, le llevaron a anhelar únicamente obedecer la voluntad de Dios. Al igual, sus hijos, debemos permitir que la obediencia a Jesucristo nos sustente y anime en los momentos en que atravesemos pruebas, seguros de que siempre nos acompañará, no nos dejará, ni nos abandonará.

“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:9).  La muerte en la cruz o crucifixión, castigo inmisericorde, ominosa, dolorosa y humillante que los romanos utilizaban contra los criminales manifiestos. Jesús murió como un maldito (Gálatas 3:13). Obediente, del griego jupékoos, escuchar con toda atención, sumiso, obedecer, obediente. 

Enseñanzas:

  • El Dios benevolente en su voluntad agradable y perfecta, también santa, anhela obediencia bien sea por su voz o por su Palabra. Atenderla humildemente es obediencia, no atenderla es desobedecer, rebelarse a Él. Es en esta desobediencia que el hombre es incapaz de oírle. Obedecerle es rendirse totalmente a su voluntad. Obediencia y fe están muy relacionadas y entrelazadas, y es por fe en Jesús que los hombres participan de esa obediencia. Fue obediente al Padre y cumplió plena y satisfactoriamente, que luego atribuyó, imputó a los hombres.
  • Traslado estas líneas a los lectores respecto a la obediencia del Señor: “La vida de Jesús no fue un guion que Él siguió pasivamente. Fue una vida que escogió libremente (Juan 10:17-18). Fue un proceso continuo de hacer suya la voluntad del Padre. Jesucristo optó por obedecer a pesar de que esa obediencia lo condujo al sufrimiento y a la muerte. Por haber obedecido a la perfección, aun en medio de gran prueba, Él nos puede ayudar a obedecer por muy difícil que parezca”. Hermosa verdad.
  • La obediencia del Señor Jesús a la voluntad del Padre fue total, de todo corazón, no únicamente por estar colgado del madero, lo fue antes, como lo registra el Libro de Hebreos 10:7. “Entonces, dije: He aquí que vengo, oh, Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí”. No era muerte común, sino muerte de cruz, pavimentada previamente por el horroroso camino del Calvario (Juan 10: 18 b).
  • Observamos de la cita de Hebreos 5:8 dos palabras: aprender y obediencia. ¿Cómo aprendió obediencia? En el sufrimiento. Aprender es adquirir, alcanzar conocimiento por medio de “el estudio”, “el ejercicio de actividades” o “la experiencia”. El amado Señor lo hizo por otra vía a las mencionadas: el sufrimiento, padecimiento, martirio o dolencia entendido como hecho de padecer dolor físico o moral. El verbo empleado de aprender es una constante conjugación en todos sus tiempos. Aquí en pretérito perfecto simple. Emerge una pregunta para nosotros ¿Qué estamos aprendiendo? No solo a través del dolor, en el diario vivir, en los textos bíblicos, en las asignaturas para alcanzar cierta profesión, arte u oficio.    
  • Es importante no perder tiempo en vanidades de la vida, en el envanecimiento, la fatuidad, la vanagloria, en el engreimiento o en contemplar el orgullo que determinada persona tiene en alto el concepto de sus propios méritos y el excesivo afán de ser admirado y loado por los demás. Solo nos corresponde OBEDECER sin queja, sin reclamo, sin objeción alguna. Si Dios ordena, manda a hacer algo, nos compete obedecer. La Biblia anota varios pasajes de hombres de Dios que obedecieron sus disposiciones. Basta estudiar las vidas de los patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob.
  • Todos los seguidores de Cristo sin excepción alguna, creo haber padecido sufrimientos, dolores, angustias para aprender obediencia, aunque habrá discípulos suyos rebeldes, desobedientes. Sin embargo, puedo afirmar que no es fácil ni sencillo obedecer a Dios, empero, imperativamente hay que hacerlo, OBEDECER. Dicho está que el Señor Jesús aprendió obediencia en el sufrimiento. Nadie, absolutamente nadie haya padecido siquiera un leve rasguño comparado con el martirio al que fue sometido. Por ello y otras consideraciones, la Biblia dice de Él ser “varón de dolores”,experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). 
  • Al constituirse en nuestro perfecto Sumo Sacerdote, Cristo Jesús tenía que sufrir personalmente nuestro dolor en cuanto “experimentado en quebranto”. También “despreciado y desechado entre los hombres”. A este varón de dolores quienes estaban en su entorno lo desdeñaron y apartaron. Hoy, sucede lo mismo. Lo rechazan porque se le oponen, lo adjetivan de mala manera, lo descartan a pesar del gran amor, misericordia, compasión, bondad y perdón que a raudales tiene para con el pueblo. 
  • ¿Qué ha decidido usted, lo acepta, lo rechaza o lo olvida? Nos corresponde elegir sabiamente y optar por obedecer a Dios, cueste lo que cueste, y pagar el precio que el amoroso Señor Jesús lo hizo en la cruz.