Jesús el Señor afirmó en Juan 14:16: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador; para que esté con vosotros para siempre”.
En 16:7. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.
Otro, allos; Strong #243. Alguien que está junto a uno, otro de la misma clase. La palabra alude a similitudes, también pone de manifiesto diversidad de funciones y ministerios. El empleo que Jesús da a allos para referirse a otro Consolador equivale a “uno junto a mí, además de mí, que en mi ausencia hará lo que yo haría si estuviere físicamente presente con ustedes”. La venida del Espíritu Santo asegura la continuidad de lo que Jesús enseñó e hizo.
Ese otro Consolador es la Persona del Espíritu Santo, quien actúa como Ayudador nuestro o en la Iglesia. No es impersonal. Tiene todas las características de una persona. El Señor Jesús fue el Consolador divino y celestial en la Tierra, para sus discípulos y para todos quienes a Él se acercaban en busca de ánimo, fortaleza, aliento, alivio a sus múltiples males y dolencias. Les confortó, serenó, tranquilizó como el precioso CONSOLADOR. En su retorno a permanecer junto al Padre, para que aquellos no se sintieran solos, desmotivados o desalentados, les prometió que rogaría al Padre para que les procurase otro Consolador. Ese “otro”, es el amoroso Espíritu Santo, la gran promesa del Nuevo Testamento ante la tristeza que experimentaron por las palabras del Señor. (v. 16)
Esa palabra combina las ideas de consuelo y consejo. Persona poderosa, maravillosa que está de nuestra parte, obrando por nosotros y con nosotros. Sin embargo, antes de prometerles el Consolador les demandó la necesaria condición para alcanzar el consuelo verdadero: que si le amaban debían guardar sus mandamientos (v. 15).
La palabra original –Parákletos- traduce literalmente “uno que es llamado para que venga al lado”, a fin de que ayude en alguna situación de apremio, ya sea para instruir, consolar, amonestar o traer a la memoria, iluminando los ojos y el corazón, en asistencia a sufrimientos, oraciones, testimonios, aunque en 1 Juan 2:1 se aplica a Jesucristo “abogado junto al Padre”.
El Dador de esa bendición es el Padre Dios: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador” el Santo Espíritu, quien nos dio también a su Hijo como Salvador. El intercesor de esta plegaria fue el Señor Jesucristo: “Yo rogaré al Padre”. Culmina esta bendición: “para que esté con vosotros para siempre” (v. 16), ya que no faltará nunca a la Iglesia en la actual dispensación ni a ningún creyente durante toda su vida. Si bien dispersos en el tiempo y en el espacio, el Espíritu Santo que es Dios como el Padre y el Hijo -Trinidad Santa- es inmenso y eterno. Inmenso porque puede estar en todos y cada uno de los creyentes a la vez. Eterno, en virtud de que no habrá tiempo en que cese su permanencia en nosotros. A través de Él y con Él, Jesús permanecerá junto a sus siervos fieles hasta la consumación de los siglos. (Mateo 28:20)
Enseñanzas:
- El Señor Jesús continúa alentándonos, motivándonos, confortándonos -y continuará- hasta nuestra partida de este Planeta hacia la eternidad mediante el amoroso Espíritu Santo. El “otro Consolador”. En verdad, no nos dejó solos, está permanentemente con, en y sobre nosotros. (Juan 14:17; Romanos 8:11)
- A la partida del Señor Jesucristo para sentarse a la derecha del Padre hermoso, fue un auténtico y excepcional Consolador, tras ella, envió al amoroso Espíritu Santo, quien prosigue en su hermosa tarea. El Paracleto está siempre “moviéndose” alrededor nuestro si le invitamos a permanecer junto a nosotros. Todo el tiempo está en acción, en actividad permanente al igual que en el principio del establecimiento del mundo, antes que comenzara la creación cuando “la tierra estaba desordenada y vacía, y el Espíritu de Dios se movía” (Génesis 2:1). No permanece estacionario.
- El Espíritu Santo, el “otro Consolador”, es el “brazo ejecutivo de la Trinidad, se mantenía activo en tanto Dios pronunciaba cada una de sus palabras: “Dijo Dios”, se repetirá diez veces en el Capítulo 1 como medio de hacer surgir el orden y la vida.
- Este “otro Consolador”, el Espíritu eterno es la presencia misma de Dios en nosotros y en todos los creyentes, quien nos ayuda a vivir como él quiere que lo hagamos, a edificar la Iglesia sobre la Tierra. Es por fe que diariamente nos apoderamos del poder de esta maravillosa Persona.
- El Espíritu Santo prometido a más de brindarnos amparo, consejo y consuelo, permanece de nuestra parte obrando por nosotros y con nosotros. Al afirmar Jesús el Señor “vendré a vosotros”, ciertamente lo dijo, ascendió al cielo y prontamente envió al “otro Consolador” a vivir en los creyentes. Tener al Espíritu Santo es tener a Cristo mismo.
- Hay verdades innegables acerca de la labor del Espíritu Santo a más de las señaladas: a) generalmente el mundo no puede recibirlo (14:17); b) nos enseña y nos recuerda las palabras de Jesús (14:26); nos convence de pecado, de justicia y de juicio (16:8-11); nos muestra la justicia de Dios y anuncia que Él juzgará la maldad; nos guía a la verdad y nos comunica las cosas que vendrán (16:13); glorifica a Cristo (16:14). Se ha mantenido activo desde el principio de los tiempos en las personas; luego de Pentecostés vivió y vive en todos los creyentes (Hechos 2).
- El Santo Espíritu de verdad torna reales al Padre y al Hijo en nuestros corazones y vidas. El Señor Jesús respecto a esta bella Persona, proclamó: “El me glorificará, porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. No busca su propia gloria, tampoco llama la atención hacia si mismo sino hacia Jesús. No se exalta a Él mismo, siempre magnifica y glorifica a Jesús.
