Pablo en Efesios 5:25-28 dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella; para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra; a fin de presentársela a sí misma, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, así mismo se ama”.
El apóstol muestra una visión elevada del matrimonio no como necesidad práctica sino como unión santa, relación profunda y sostenida entre Cristo y su iglesia, ideal bíblico a seguir; unión santa y símbolo viviente que merece mucho amor, dedicación y atención.
Cristo y la iglesia constituyen un modelo a imitarse por plasmar en sí las relaciones entre el esposo y la esposa, amén de modelo celestial para todo matrimonio en este planeta Tierra; llamado, además, a ser la “cabeza” de la familia, cuyo liderazgo es inobjetable. Ni el marido tampoco la mujer pueden apoyarse únicamente en la voluntad o resolución “por si”; pero por ser hechura de Dios al igual que el matrimonio, el buen Señor ayudará a lograrlo. (Ver Efesios 2:10).
El hogar en Cristo Jesús es el lugar en el cual se expresa amor, respeto, armonía, felicidad cobijados por principios sólidos y valores fundamentados en las Sagradas Escrituras, trabajar juntos en procura del bienestar familiar, solucionar problemas y mantener su sello personal e identidad propios.
En el hogar el esposo debe cubrir las necesidades de su esposa, preocuparse por sus anhelos y satisfacerlos porque en ella su naturaleza es preocuparse por su esposo, estar atenta a sus necesidades y las de los hijos. De allí que el Señor reitera a los esposos amar, amar y amar a sus esposas. Al enfatizar en el cumplimiento de esos elementos, el Amado busca y busca, y sigue mirando hogares para depositar sus promesas, depositar su unción, no para que se la guarde, sino para que fluya como ríos que toque a los más cercanos, la familia, extendiéndola a amigos, vecinos; unción que debe ser depositada en el hogar. No obstante, hay varones que quieren predicar sin considerar que sus esposas permanecen aún con tristeza y dolor en el hogar, se sienten solas e irrespetadas, permanecen con llanto a pesar de tener a su esposo en su casa. ¿Hay hogar allí?
Enseñanzas:
- Tomar como modelo aplicable al hogar la preciosa relación de Cristo con Su iglesia.
- Una mujer amada guardará en su corazón las palabras del Señor y las cumplirá.
- Una mujer amada es la esposa que se sujetará con mayor facilidad a su esposo, la será más fácil edificar el hogar, más fácil servir al Señor. Dará testimonio pleno de Él.
- Una mujer amada no tendrá que buscar nada fuera de su hogar.
- El ministerio que recibamos del Señor será reflejo fiel del hogar, de cómo este está, hogar que reflejará, además, la comunión con el Dios sempiterno.
- No habrá grandes ministerios si primero el hogar no está bien fundamentado, si no hay en él los cimientos sólidos y adecuados, si en la esposa no hay brillo de gozo y alegría en sus ojos. No puede haber avivamiento en modo alguno bajo ese entorno.
- Jesús ama a Su iglesia, Su novia. Su vida entregó por ella. Nada escatimó para que supiera cuanto amor hay en Él por ella. Las esposas, al igual, deben saber cuanto amor hay en sus esposos, hagan lo que hagan, a pesar de mostrar sus errores, sus debilidades, estar seguras de ese amor hacia ellas, como el Novio santo ha amado a su iglesia.
- De cumplirse con estas enseñanzas, se verán grandes maravillas, cambios en los hogares, comprometidos con ese amor único, excepcional, puro, entonces el Espíritu Santo vendrá y depositará en ese hogar como lo hizo con María en el suyo al ser engendrada por Él. Las promesas florecerán y los propósitos que tiene para con cada uno de nosotros.
- Si el hogar está en quiebra, a punto de destruirse, es hora de restaurarlo. Un hogar restaurado tornará en fructífera, fértil esta tierra gracias a la semilla que el buen Señor allí deposite.
